
La Audiencia de Huelva ha condenado, tras el veredicto de culpabilidad emitido por un jurado popular, a la pena de prisión permanente revisable Bernardo Montoya, el hombre acusado de agredir sexualmente y asesinar en El Campillo (Huelva) en diciembre de 2018 a la profesora zamorana de 26 años Laura Luelmo.
Además, le impone 17 años y medio de cárcel por un delito de detención ilegal en concurso ideal con el delito de agresión sexual con la agravante de género, así como en concepto de responsabilidad civil, el acusado tendrá que indemnizar con un total de 400.000 euros a los padres y hermanos de la víctima.

Bernardo Montoya. un monstruo
A Bernardo Montoya le conocen bien en la Guardia Civil de Huelva. Antes de que acaparase titulares y minutos de telediario por el asesinato de la joven profesora Laura Luelmo, se cruzó en el camino del brigada Emilio Díaz, policía judicial cuando cometió su primer crimen, degollando a una anciana de 82 años que le había denunciado tras sorprenderle robando en su casa, en Cortegana.
Díaz le tuvo cerca, muy cerca. Tanto, que estuvo esposado a él durante el entierro de su madre, al que le permitieron asistir cuando estaba en prisión por el asesinato de Cecilia, su primera víctima. Fue a finales de los 90 del siglo pasado y, dos décadas después, cuando ya se había cobrado la vida de Laura, le definió con una sola palabra: «monstruo». O, más exactamente, «monstruos», porque se refería por igual a Bernardo Montoya y a su gemelo, Luciano, también un asesino frío y extremadamente violento.
Dicho con términos legales y casi asépticos, apenas se tiene una idea del auténtico infierno que sufrió Laura aquel 12 de diciembre entre las 17.25 y las 18.42 horas. Exactamente 78 minutos, una hora y 18 minutos de infierno.
Ese es el tiempo que transcurrió, según el escrito de conclusiones provisionales del Ministerio Público, desde que Laura se encontró en la calle con su sanguinario vecino -del que ya le había hablado, preocupada, a su novio- hasta que Bernardo metió su cuerpo en el maletero de su coche para deshacerse de él y borrar las huellas del crimen que acababa de cometer. Condujo hasta un paraje cercano, Las Mimbreras, y allí arrojó a Laura, semidesnuda.
Torturas, violación y asesinato en 78 minutos de infierno
Según el relato que hace la fiscal Jessica Sotelo, entre las 17.25 y las 17.30 horas de aquel 12 de diciembre de 2018 Bernardo Montoya abordó a Laura Luelmo cuando la joven profesora, de solo 26 años, regresaba a su casa de hacer la compra en un supermercado. Sucedió en la puerta de la casa que había alquilado, en la calle Córdoba de El Campillo, y en la que llevaba viviendo apenas unos días, desde el día 9 de ese mismo mes.

Bernardo sorprendió a su víctima y, aunque ésta gritó pidiendo auxilio, logró meterla a la fuerza en su propia casa, situada justo enfrente. Allí la emprendió a golpes con la joven, a la que propinó puñetazos a diestro y siniestro en todo el cuerpo y, con algo parecido a un palo, la apaleó en la cabeza.
Quedó entonces malherida la joven «y muy debilitada», algo que aprovechó supuestamente Bernardo Montoya para maniatar a su víctima con un cordón y taparle la boca con un trozo de cinta adhesiva, lo que la privó de toda posibilidad de defensa.
A continuación, prosigue el escrito de la Fiscalía, trasladó a la víctima a uno de los dormitorios de la casa, donde la violó.
Consumada la agresión sexual llegó el momento de ocultar los hechos y Montoya decidió acabar con la vida de Laura, para lo que le propinó un fuerte golpe en la cabeza con un objeto contundente. Antes la volvió a someter a torturas y vejaciones, a «padecimientos innecesarios y un sufrimiento más intenso que el necesario para causarle la muerte», en palabras de la fiscal del caso.
Según la autopsia, practicada por los forenses del Instituto de Medicina Legal de Huelva, la profesora zamorana sufrió alrededor de 40 lesiones en la mandíbula, la región frontal y la región temporal, aunque la causa de la muerte, señalaron los expertos en su dictamen, fue «un golpe con un objeto de carácter inciso contuso, con transmisión de fuerza viva como para producir el hundimiento craneal».
El calvario acabó en torno a las 18.42 horas, que es cuando fija el Ministerio Público el momento en el que el presunto asesino introduce el cuerpo de Laura en el maletero de su coche envuelto en una manta. La macabra secuencia acaba entre las 19.16 y las 19.25 horas, cuando llega al paraje Las Mimbreras, junto a la carretera Nacional 435, y arroja allí el cuerpo, que descubriría un voluntario que participaba en las labores de búsqueda de la joven unos días más tarde, el 17.
Un día después, el 18, fue detenido Bernardo Montoya y el 19, después de un intenso interrogatorio de tres horas a manos de los especialistas de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, se derrumbó y confesó el crimen, aunque en ese momento dijo que cuando la dejó en Las Mimbreras, Laura aún estaba viva y que él la remató.
Otro fallo del sistema que dejó a un asesino y violador monstruoso en libertad condicional aprovechando los beneficios de las doctrinas buenistas del Estado. Y van tantas muertes que se podrían haber evitado que ya hemos perdido la cuenta.