
Está científicamente probado: las feministas atraen menos a los hombres que las mujeres normales. Hay un maremágnum, marejada, multiplicidad, aritmética, universo, retahíla, elenco, abanico, baraja, panoplia, turbamulta y etcétera de razones que lo corroboran. Las pruebas superan los umbrales de la evidencia. Es una de esas verdades escritas en letra mayúscula e inserta en renglones de oro.

A los machos, les gustan más las mujeres con voz afrancesada, que las machorras con dicción de camionero.
A los hombres, les atraen más las féminas que se depilan, que las primas de Chewbacca.
A los señores, les enamoran más las damas bien vestidas, que las chonis escotadas.
A los dandis, les provoca más una mujer con ropa, que una en toples.
A los elegantes, les someten más unos tacones, que unas zapatillas de rapera.

A los chicos, les seduce más Audrey Hepburn, que La Mujer Barbuda.
A los sensatos, les tira más una chica lista y trabajadora, que una sabelotodo adicta al trabajo.
A los caballeros, les enternece más una señora con instinto maternal, que una hedonista con alergia a los niños.
A los forzudos, les cautiva más una silueta femenina, que una musculosa despeinada.
En definitiva, y por mucho que se empeñe la dictadura de lo políticamente correcto, las mujeres normales son infinitamente más atractivas que las fanáticas feminazis.