
Escribía hace poco sobre el rechazo que me producen nuestros gallardos y valientes milicianos, marciales como centinelas barrigudos dentro de la compleja España del Siglo XXI. Aquellos que, al amparo de los colores rojinegros, juran defender los irrenunciables valores de la España Visigoda hasta la última gota de nuestra sangre. En aquellas líneas, os decía que me he venido sintiendo -un poco o un mucho cada año- cada vez más lejos de estas personas: no sólo de los principios que defienden, sino de cómo los defienden. Y si bien la vida nos ha llevado -de forma manifiesta- por caminos muy distintos a unos y a otros, ellos no pueden dejar de afectarnos en lo que concierne a nuestra actividad política.

Extremadamente distintos y absolutamente contrarios a mi manera de vivir la vida y sus cositas. Sin embargo, tal vez no sea todo tan antitético como parece. Porque, este verano y reflexionando sobre ello, he llegado a la conclusión de que estoy unido a esta singular pandilla por un elemento importantísimo: el negacionismo.
Pues sí. Damas, Caballeros y Queers: soy negacionista. Seguro que no lo sabiáis. Negacionista mucho antes del COVID-19, de las vacunas, de Bill Gates y de Soros, del yo sí te creo Rocío y de Carlota Corredera, del me too y de Jorge Javier Vázquez. Negacionista por los cuatro costados.
Y no es que no crea en el virus ni en el poder benéfico de todas las vacunas menos de la rusa. Soy un creyente acérrimo en las recomendaciones del Ministerio de Sanidad del Gobierno de Su Majestad: en las distancias y en las mascarillas, en los geles y en la ventilación de los espacios. Yo creo en todo eso a pies juntillas.

Lo que NIEGO es que los responsables de los tres partidos autodenominados falangistas estén desarrollando ningún proyecto serio, fundamentado y convincente, como niego que esta línea política esté fructificando en ningún avance positivo.
Lo que NIEGO es que el asalto a Blanquerna sea otra cosa que un acto de delincuencia común sin ningún carácter político, como niego que las condenas recaídas sean algo más que las lógicas consecuencias penales de unas actuaciones deplorables.
Lo que NIEGO es que las camisas azules, las marchas, la pretendida marcialidad, los himnos y las reuniones etílicas de amigos constituyan un elemento serio a tener en cuenta en una sociedad cada vez más complicada y diversa, como niego que estas actitudes tengan algo que ver con la redención moral y material de los trabajadores españoles.

Lo que NIEGO es que estas tres organizaciones estén haciendo falangismo siendo que, a la larga, lo único que practican es una monótona repetición de ideas sobadas y de frases carentes de sentido a estas alturas, como niego que no sean una parte integrante del Sistema al que dicen pretender destruír.
Lo que NIEGO es que se esté dando respuesta desde este fallecido sector político a los problemas derivados de esta nueva crisis capitalista, como niego que tengan la más mínima capacidad para ofrecerla.
Lo que NIEGO es la pretendida corrección en la postura de mirar para otro lado de muchos falangistas, como niego que hayamos de tener el más mínimo miedo a la violencia verbal y física desarrollada por una parte de esta extraña pandilla.

De esta forma, se puede ser un perfecto NEGACIONISTA. Con permiso de Mediaset y del Doctor Simón por supuesto. Porque NEGAR la competencia de estas personas para conducir un proyecto válido es un modo digno de lucha por el nacionalsindicalismo en esta España triste de 2.021.