Ni un solo voto

En la poca influencia que yo pueda tener sobre lo que quede del nacionalsindicalismo -poco, mal, desilusionado y enfadado- os voy a recomendar algo para el día de reflexión de mañana y para los comicios de pasado. Ni un solo voto falangista -ni uno- a la Coalición reaccionaria que usurpa nuestras siglas y tergiversa nuestra doctrina. Ni un solo voto falangista -ni uno- a todos aquellos impostores que han convertido nuestros firmes principios políticos en un conjunto gris de lugares comunes y de fórmulas huecas. Ni un solo voto falangista -ni tan siquiera una sonrisa condescendiente- a los gamberros de Blanquerna, a los milicianos de opereta del 20-N o a los reaccionarios que nos han identificado -en público y sin vergüenza alguna- con la extrema derecha. Ni un solo voto falangista -ni uno- a estas sucursales vergozantes de VOX envueltas en nuestros colores. Ni un solo voto falangista a estos admiradores de Putin, Duguin, Al Ásad o Milosevic. Ni un solo voto falangista -ni uno- a esa España que no sólo es rancia, antigua y anticuada sino que también -como una losa inamovible- es políticamente inoperante. Ni un solo voto falangista -ni uno solo- a ese conglomerado cutre del negocio barato y de la mala educación.

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¿Dónde está José Antonio? Sobre la exhumación

No resulta honorable trajinar entre difuntos. Pero -aunque no me apetezca lo más mínimo- estos levantamuertos me obligan a referirme, una vez más, a José Antonio. Y es que tan vomitivo me resulta iniciar una campaña electoral trayendo y llevando sus despojos mortales como -al mismo tiempo y de idéntica forma- organizar tu propuesta política a través de la exclusiva exaltación iletrada e incorrecta de su obra. El caso es que entre los unos y los otros no le dejan descansar en paz.

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Irene Montero y su insufrible sectarismo

Mientras este país se debate en medio de una de las mayores crisis de su historia, nuestra clase política –clase en el más estricto sentido de la palabra- se dedica a la descalificación y al insulto. Interminables broncas por asuntos que a casi nadie interesan y que, desde luego, no tienen su origen en los problemas que verdaderamente nos afectan. Entre unos y otros, se están haciendo imposibles tanto la convivencia política como la cohesión social. Los partidos políticos son incapaces de alcanzar pactos generales, de todo punto necesarios para hacer frente a todo lo que se nos está viniendo encima. En muy pocas ocasiones se ha visto en España un abismo tal entre lo que realmente preocupa a la ciudadanía y la árida actuación de sus representantes.

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Ucrania es nuestra guerra

La razón última del actual conflicto ucraniano debe buscarse a miles de kilómetros de allí: a miles de kilómetros de las trincheras cavadas en la nieve y de los campos de minas. La causa de todo este conflicto -para muchos inesperado- está en los avances tecnológicos y científicos desarrollados en Estados Unidos durante los últimos años. Estamos asistiendo a una revolución tecnológica, y esta revolución está afectando al pensamiento militar de las grandes potencias. Conceptos tales como el de guerra mosaico y el de guerras multidominio son ya una realidad en la doctrina militar estadounidense, y se han podido teorizar al amparo de un desarrollo armamentístico de última generación. La potencia industrial de los Estados Unidos está investigando nuevos sistemas de armamento que -sin lugar a dudas- ya están afectando directamente a las doctrinas aplicables a los conflictos bélicos (Guerra Multidominio y Mosaico. Guillermo Pulido. Editorial La Catarata 2.021).

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Esta triste Navidad de 2.021

Siempre me ha gustado más escribir sobre aquella Navidad que nunca hemos tenido. Siempre me ha gustado más que el recuerdo de alguna Navidad pasada o que la simple evocación de un momento feliz. Recuerdo con muchísima fuerza, por ejemplo, el olor del serrín del nacimiento o esa sensación de libertad esperanzada de esos días irrepetibles de Colegio antes de las vacaciones. La Navidad del niño siempre envuelta en la poesía de los instantes efímeros de los reinos perdidos y de unas emociones idealizadas por el paso del tiempo: esos aromas que se perdieron para siempre en el devenir confuso del pasado. La Navidad, en definitiva, como parte de un rito anual necesario y profundamente occidental.

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La languidez de una bandera de balcón bajo la lluvia

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Siempre me ha producido un profundo rechazo ese patriotismo de bandera mojada que se puede apreciar, como un insulto hiriente a nuestros sentimientos más nobles, en todas las plazas y calles de España: banderas que, empapadas de lluvia, cuelgan sucias y lánguidas de unos balcones que -un día cada vez más lejano- quisieron ser un pregón de españolismo. Vuelven las lluvias otoñales y, con ellas, retornan estas imágenes cansadas de desolación roja y gualda. Y es que, ahora más que nunca, nuestro país puede ser definido como una bandera mojada y harapienta colgando sobre la tristeza de una tarde lluviosa.

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Negacionismo

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Escribía hace poco sobre el rechazo que me producen nuestros gallardos y valientes milicianos, marciales como centinelas barrigudos dentro de la compleja España del Siglo XXI. Aquellos que, al amparo de los colores rojinegros, juran defender los irrenunciables valores de la España Visigoda hasta la última gota de nuestra sangre. En aquellas líneas, os decía que me he venido sintiendo -un poco o un mucho cada año- cada vez más lejos de estas personas: no sólo de los principios que defienden, sino de cómo los defienden. Y si bien la vida nos ha llevado -de forma manifiesta- por caminos muy distintos a unos y a otros, ellos no pueden dejar de afectarnos en lo que concierne a nuestra actividad política.

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