Uno de los mejores argumentos para la defensa del capitalismo y del libre mercado era que proporcionaba la oportunidad de acceder al consumo masivo a todos, incluida la clase trabajadora. Y además lo realizó en algunas partes del mundo: los USA, Europa occidental… Mientras se presentaba al resto del planeta como un lugar incómodo con regímenes que impedían el disfrute de los deseos materiales: Bien fuera por razones religiosas o ideológicas, o por tratarse de tiranías. Se nos decía que en el autodenominado “Mundo libre” simplemente bastaba con aprovechar las oportunidades de una economía abierta y donde nadie iba a juzgar en qué gastabas tu dinero.
Sobre este sistema económico, que vivió su era dorada tras la 2GM y hasta la crisis del petróleo (y tal vez un poco más), viviendo a principios de los años 1990 el derrumbe de su competidor directo, el bloque socialista liderado por la URSS, lo que no nos explicaron es que, para mantenerlo, fue preciso un enorme tinglado institucional donde los Estados occidentales cooperaban con sus leyes y sus ejércitos para hacer posible la realización del capitalismo.

Ahora todo ha cambiado dramáticamente y el capitalismo se ha revelado no menos utópico que el comunismo en la vida real. En efecto, hasta hace unos 100 años la explotación laboral y la falta de derechos fue la norma desde la Revolución industrial del siglo XVIII, siendo la pobreza y la carestía la norma habitual para la mayoría de la población europea. Luego, hicieron falta millones de muertes y el miedo a las revoluciones para que las cosas cambiasen y algunos beneficios se extendieran a la clase trabajadora.
Los que han nacido y vivido tras el fin de la posguerra europea (finales de los años 1950 en adelante), han disfrutado de un estándar de vida insostenible para cualquier sistema económico. El consumo masivo, ilimitado y en constante aumento fue la utopía tras la que hicieron correr a los europeos desde entonces. Ahora toca contraerse y regresar a la carestía como norma de vida. La burbuja explotó, se terminó la fiesta.
Si hacemos balance de los logros del capitalismo para mejorar la vida de todos los seres humanos, solamente encontraremos que se elevó el nivel de vida en unos pocos países, a cambio de trabajo duro, saqueo de terceros países, guerras y finalmente destrucción de los valores familiares y comunitarios que han regido nuestras sociedades durante miles de años. A cambio, dos o tres generaciones de trabajadores han podido tener un coche propio, una segunda residencia o vacaciones pagadas.
Ahora hay que vender el propio piso, cuando no te echan por no poder pagar; se acabó tener vehículo propio, excepto si dispones de dinero para contaminar; el milagro no será tener vacaciones, sino un empleo digno… Por un plato de lentejas hipotecamos no solamente nuestras vidas, sino a nuestra civilización. La culpa no fue de la clase trabajadora, sino de los estafadores intelectuales y políticos que legitimaron el egoísmo y el afán de lucro como valores compatibles en una sociedad sana…

Tal como hace 100 años, es posible que esta nueva crisis el Sistema la pueda superar reelaborando sus leyes y sus objetivos, aunque tampoco hay que descartar que las élites incluso abandonen su doctrina económica por otra si es necesario… no para el bien común, sino para sobrevivir y no perder su posición.
Lo cierto es que el capitalismo ha fracasado como realización práctica: su reinado global ha durado unos 30 años, mientras que la guerra fría duró 40. Ahora el planeta vuelve a estar dividido porque para la codicia de unos pocos éste resulta siempre demasiado pequeño.