
En estos días aciagos para España, e incluyo a Cataluña, no estaría de más recordar lo que escribía don José Antonio Primo de Rivera en “Arriba”, núm. 12, el 6 de junio de 1935:

“Companys y varios de sus codelincuentes han ocupado el banquillo ante el Tribunal de Garantías Constitucionales… La vista se ha celebrado en Madrid, capital de lo que todavía se llama España. Companys y los suyos se alzaron en memorable fecha contra la unidad de España: trataron de romper en pedazos a España, usando los mismos instrumentos que otros llamados españoles pusieron en sus manos. Aún está bien reciente en nuestra memoria el sondo escalofriante de la “radio” en aquella noche del 6 al 7 de octubre, los gritos de '¿Catalans, a les armes, a les armes!', y las proclamas de los jefes separatistas…
El juicio oral se ha convertido en una especie de apoteosis. Losad procesados se han jactado, sin disimulo, de lo que hicieron; sus defensores –no nombrados de oficio, sino surgidos gustosamente de entre las más hinchadas figuras-, se han comportado, más que como defensores, como apologistas, y ni a la puerta del Tribunal, ni en los corros habituales, ni en parte alguna de Madrid, se ha notado el más mínimo movimiento de repulsión.
Sólo a los ciegos puede ocultarse la cargazón revolucionaria que otra vez va aborrascando el horizonte. La rebelión de octubre, tan desastrosamente sustanciada desde todos los puntos de vista, no ha servido tampoco a los Gobiernos para intentar una política inteligente que impida las reincidencias. La Falange ,por voz autorizada, dijo que el ensayo revolucionario reciente exigía dos cosas: una liquidación rápida y neta, un análisis de las justificaciones que hubiera podido tener la rebelión, para removerlas de raíz. Se ha venido a hacer cabalmente lo contrario: no se ha intentado, de una parte, ni pensado intentar a fondo, un reajuste de la estructura social y económica, menos intolerable para los millones de españoles que viven sin comer; y de otra parte, lo que debió ser final limpio, ejemplar y escueto de los sucesos revolucionarios, se ha diluido en inacabables dilaciones y aun macabros regateos con la vida de los condenados a la última pena.
Que pudo ser claro punto de arranque para una política fuerte y fecunda se ha quedado en turbia confusión de política estancada. Y los revolucionarios de octubre, que no pierden una, ya empiezan a recuperar posiciones descaradamente y a iniciar las escaramuzas preliminares de otra intentona.
No hay más que verlo: cada día nos trae una nueva insolencia y una nueva muestra de la tolerancia gubernamental. Separatismo y socialismo ya lanzan sus consignas al aire como si no hubiera pasado nada. Renacen las agresiones, que no se detienen ni ante la fuerza pública. Cada mitin de un mandarín de las fuerzas alidadas es como un recuento de reclutas en preparación para el choque y como una antología, más o menos encubierta, de amenazas. Los centros donde se preparó lo de octubre reanudan su vida normal. Y así todo…”.
Han pasado 85 años desde entonces, casi un siglo, y seguimos igual, o peor.
Por la transcripción, Ramiro Grau Morancho.
(Del libro OBRAS de José Antonio Primo de Rivera, Delegación Nacional de la Sección Femenina del Movimiento, Madrid, 1970, 5ª. edición, págs.. 591 a 593, extractos).

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