
Según conclusiones de Francisco Reveles Vázquez, lejos de ser bien vista por los ciudadanos, la democracia es cuestionada por el comportamiento de quienes han accedido al poder gracias al voto mayoritario relativo, en contiendas mas o menos equitativas realizadas periódicamente. Lo peor sucede cuando el representante elegido se olvida de su programa de campaña e impone uno diferente o incluso hasta contradictorio como el de Pedro Sánchez (los mandatos por sorpresa, como diría Stokes, 2001). En muchos países como el nuestro, los gobernantes no han ganado legitimidad en el ejercicio del poder, dejando muchas asignaturas pendientes y muchos problemas sin resolver, como en el espacio latinoamericano, que Pedro Sánchez toma de ejemplo, donde varios de los gobiernos llamados democráticos por las izquierdas han hecho poco por superar las condiciones de marginación social de la mayoría de sus pobladores. El comportamiento de algunos incluso ha socavado las bases de la democracia, poniendo en duda su esencia como forma de gobierno en beneficio de la mayoría, a favor del pueblo. Lo que encontramos son nuevas élites políticas (como los sandinistas en Nicaragua o la familia Kirchner en Argentina), oligarquías partidistas (como la de tres partidos en México) o liderazgos personalistas (populistas y no populistas en América Latina, como Fujimori en Perú, Uribe en Colombia, Maduro en Venezuela o López Obrador en Mexico), que autoproclamándose representantes genuinos de los intereses del pueblo, no han hecho sino satisfacer intereses específicos, no han mejorado la condición de vida de los ciudadanos, ni tampoco prometen un futuro libre de inequidad social o de control político. Con ello se ha puesto en cuestión el hecho de que exista una auténtica representación política en la forma de gobierno democrático.