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Los socialistas catalanes han cambiado de caballo en la última curva de la carrera que tiene su meta el próximo 14 de febrero. La sustitución ha sido realmente sustancial, han pasado de un cabeza de lista orondo y festivo, con contoneos de animador de discoteca, a otro ascético y lúgubre, con aspecto de empleado de pompas fúnebres. El hecho de que Salvador Illa haya desempeñado el cargo de ministro de Sanidad durante un año que ha visto morir por Covid-19 a ochenta mil españoles, principalmente ancianos atrapados en residencias geriátricas, presta a su candidatura un tono especialmente tétrico. Curiosamente, Pedro Sánchez ha impulsado esta pirueta de última hora con el argumento de que la notoriedad adquirida por el exalcalde de La Roca del Vallés como responsable máximo de la cartera encargada de evitar este drama contribuirá a obtener para el PSC un resultado mucho mejor que el que hubiera conseguido el trepidante Iceta. Se ha publicado que las encuestas avalan esta penetrante intuición del presidente del Gobierno, personaje al que, como es sabido, caracterizan su amor a la verdad y su capacidad de cualquier renuncia personal que sirva al interés general.